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El fotógrafo que se hizo “selfies” con árboles milenarios que iban a morir

Imágenes del antes y después de árboles talados en Caycuse (Canadá).

Guillermo Prudencio / Guillermo Prudencio

Toronto (Canadá) —

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Cuando Cristóbal Colón llegó a América, algunos de los árboles que el fotógrafo canadiense TJ Watt lucha por salvar ya eran viejos. Un día de abril de 2020, este activista se internó en las montañas de la isla de Vancouver, en la costa oeste de Canadá, en busca de gigantes condenados a muerte. Tras remontar pistas forestales, se echó el equipo a la espalda y comenzó a subir una ladera completamente pelada, que poco antes albergaba uno de los bosques más imponentes de la Tierra.

Watt se paró en el límite entre la corta a matarrasa y el bosque, donde al día siguiente seguirían trabajando las motosierras, y se le ocurrió tomar unas fotos que unos meses más tarde darían la vuelta al mundo. “Tenía muchas fotos de árboles antes de ser talados, o del después, pero nunca del antes y el después”, cuenta el fotógrafo.

Comenzó a recorrer el borde del claro, haciéndose selfies junto a los mayores gigantes todavía en pie, cedros monumentales, de cuatro o cinco metros de diámetro y tan altos como un edificio de 20 pisos. Con la frialdad de un forense que registrase datos de cuerpos desahuciados antes de morir, tomó fotos de la posición de su trípode, anotó la lente utilizada y la distancia hasta el árbol, y registró cada punto en su GPS.

“Tener que hacer algo así es bastante abrumador” –explica Watt–, “pero por desgracia ya era tarde para cambiar nada. Por eso intenté sacar lo mejor de una mala situación, enseñándole al mundo entero lo que estaba pasando con estos remotos bosques”. Cuando regresó en noviembre, se encontró “un desolado paisaje gris, totalmente irreconocible frente a lo que recordaba”. Donde antes había majestuosos árboles, ahora había tocones, enormes tocones que fotografiar.

“Esta no es una serie que hubiese deseado completar”, escribió en su perfil de Instagram al publicar las fotos del antes y el después, que pronto se volvieron virales. El fotógrafo, cofundador de una ONG en defensa de los bosques primarios de la Columbia Británica, la Ancient Forest Alliance, todavía se muestra sorprendido del impacto de las imágenes. “A la gente le importa, y mucho, la pérdida de estos bosques, especialmente a la luz de la emergencia climática y ambiental global” , cuenta.

Las fotos de TJ Watt han mostrado al mundo una de las grandes vergüenzas de Canadá: mientras sus líderes presumen de ambición y compromiso climático, están permitiendo la destrucción de un almacén de carbono sin igual.

La isla de Vancouver, con una extensión del tamaño de Cataluña, alberga uno de los últimos grandes bosques húmedos templados del planeta. Tan solo un puñado de lugares, como la costa de California, el sur de Chile o Nueva Zelanda, cumplen las condiciones –muchas lluvias, inviernos suaves y veranos cálidos– para albergar semejantes monumentos naturales: coníferas como cedros, abetos y piceas que se elevan 90 metros hacia el cielo.

“Son bosques que han estado creciendo y evolucionando sin apenas alteraciones desde la última glaciación”, dice Watt. Semejantes gigantes sostienen una red de vida única: incluso generan su propio microclima, protegiendo a la vegetación que crece a su sombra de las altas temperaturas, reteniendo agua, humedad y suelo, y dando cobijo a multitud de especies, tanto en vida como una vez muertos. Son, también, el centro de complejas redes de microrrizas, hongos subterráneos que permiten al bosque intercambiar información y nutrientes. La ecóloga forestal Suzanne Simmard, que ha estudiado esas relaciones, ha escrito que “los árboles más grandes y viejos son árboles madre, que reconocen y alimentan a sus propios retoños”.

“El rinoceronte blanco de los bosques”

Los bosques son una línea de defensa vital frente a la crisis climática, y actualmente absorben alrededor de un tercio de las emisiones de dióxido de carbono de origen humano. Eso sí, no todos los bosques son iguales: estas “selvas” templadas contienen la mayor cantidad de biomasa –el peso total de materia orgánica– de cualquier ecosistema del planeta, y según una estimación publicada en 2009, son los bancos de carbono más eficaces, pues contienen hasta el doble de carbono por hectárea que una selva tropical.

Pero los árboles viejos son, también, muy codiciados por la industria maderera, uno de los principales sectores económicos de la Columbia Británica desde la colonización europea. Su madera es de gran calidad y sirve para elaborar productos como mobiliario de lujo, instrumentos musicales o acabados especiales. Otras veces se usan como leña, se exportan los troncos sin procesar o se trituran y acaban transformados en rollos de papel higiénico. Y cada vez son más escasos.

Según una evaluación publicada en 2020 por científicos independientes, en apenas 150 años se ha talado el 97% de los bosques primarios más productivos de la Columbia Británica, los que albergan árboles mayores de 20 metros de altura. Apenas quedan 415.000 hectáreas de estos valiosísimos ecosistemas, que los científicos denominan en su informe “el rinoceronte blanco de los bosques”. “Están casi extinguidos y no se recuperarán de la tala”, escribieron.

Pese a ello, la destrucción no cesa: la ONG de Watt estima que cada año se siguen talando en la provincia unas 10.000 hectáreas de estos bosques. Es una superficie similar a los montes de Valsaín, en la Sierra de Guadarrama. En las imágenes de satélite, la isla de Vancouver parece un queso gruyère, moteado con incontables agujeros marrones.

El método de tala a matarrasa abarata costes, pero el resultado es desolador: se destruye una porción entera de bosque, a veces de más de un kilómetro de largo por medio de ancho. Aunque las empresas madereras están obligadas a reforestar las zonas cortadas, para los científicos y activistas no hablamos de un recurso renovable, pues un bosque así tardaría mil años en recuperar su aspecto original. “No es una cuestión de árboles, es una cuestión del ecosistema”, sintetiza Watt. “Los bosques viejos se desarrollan a lo largo de muchos siglos, y las plantaciones secundarias se talan cada 50 ó 60 años. Así que nunca tendrán la oportunidad de volver a convertirse en un bosque primario ni de recuperar su diversidad estructural y de especies”.

En las plantaciones los árboles crecen muy juntos, en hileras estrechas, por eso son verdes por fuera y marrones por dentro, apunta Watt. Pero estos bosques primarios se suelen comparar con catedrales, por la forma en la que la luz se filtra entre el dosel, formado por colosales coníferas, y jóvenes rebrotes esperando su oportunidad. Por todas partes, en el suelo y en las ramas de los árboles, crecen helechos gigantes, líquenes, musgos… Tanta diversidad supone una infinidad de hábitats para miles de especies. Y una vez caídos, los gigantes siguen regalando vida: casi 70 especies de vertebrados se cobijan en la madera muerta, desde osos negros hasta salamandras.

Para proteger los últimos rincones sin talar, hace falta encontrarlos. Después de tantos años analizando imágenes de satélite, Watt ha aprendido a distinguir el tipo de bosque por el color y las formas de las copas de los árboles. Los más viejos y altos se ven como conos oscuros y sombreados, frente al verde más claro y uniforme de las plantaciones. Contrastando esa información con las licencias de las empresas madereras, los activistas pueden averiguar qué zonas están en peligro.

El rescate de 'Avatar'

Así lograron salvar en 2009 la arboleda 'Avatar' –bautizada aprovechando el famoso éxito taquillero–, un área en el sur de la isla de Vancouver con algunos de los ejemplares más majestuosos del país. En su campaña para salvarla de la tala consiguieron el apoyo de la comunidad local y la cámara de comercio del pequeño pueblo de Port Renfrew, un asentamiento maderero que ahora se publicita como “la capital de los árboles altos de Canadá”. Para Watt, los árboles gigantes valen mucho más vivos que muertos, si se tienen en cuenta beneficios como el turismo, el hábitat para los alevines de salmón, el valor de los otros productos del bosque o la posibilidad de vender créditos de carbono.

'Avatar' se libró de las motosierras, pero muchas arboledas cercanas no han corrido la misma suerte. El año pasado, la empresa maderera Teal Jones consiguió permisos para abrir pistas y comenzar a explotar un valle conocido como Fairy Creek, el Arroyo del Hada, en las tierras ancestrales de la Primera Nación Pacheedaht. “Es el único valle intacto sin proteger que queda en esa parte del sur de la isla. Es algo tan raro en estos días, con todo el paisaje tan fragmentado con carreteras y talas”, cuenta Watt. En las laderas de Fairy Creek crecen, entre otros, monumentales falsos cipreses de Nutca, que llegan a vivir casi 2.000 años.

En agosto de 2020, mientras Teal Jones preparaba sus máquinas, un grupo de activistas dijo “basta” e inició un bloqueo que dura hasta el día de hoy. Este año, la empresa consiguió un requerimiento judicial para echar a los activistas, que llevan jugando al gato y al ratón con la policía desde mayo, abriendo campamentos en medio del bosque y bloqueando las pistas forestales. Es la acción de desobediencia civil más larga de la historia de Canadá, y la cifra de detenidos ya supera el medio millar.

“Hemos crecido de un movimiento para proteger la cuenca de un solo río a un movimiento para acabar con la tala de bosques primarios de una vez por todas. Un movimiento para defender el derecho natural e indígena”, declaró el grupo en el primer aniversario de las protestas.

Para el fotógrafo, es sencillo: “Nuestros bosques primarios son algunos de los mayores almacenes de carbono del planeta, todo lo que tenemos que hacer es dejarlos en pie. No necesitamos inventar nuevas tecnologías de captura de carbono, tan solo utilizar lo que ha diseñado la naturaleza”.

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